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jueves, 30 de mayo de 2013

El placer de la relectura

He vuelto a leer Los escarbajos vuelan al atardecer, de la escritora sueca María Gripe, traducido al español de España por Marta Ruiz Corbella. En su primera página tenía consignado que lo compré en 1999 en la Feria del Libro de Santiago. He leído este libro al menos dos veces en los catorce años que lleva en mis estantes, y me di el gusto de reencontrarme con sus personajes, y anticiparme a los hechos que guardaba en mis recuerdos.

Releer un libro trae, en primera instancia, un acercamiento emocional. Es como volver a visitar un lugar muy querido. Porque, ¡claro!, uno vuelve a leer solo los libros que más le han gustado, ¿no es cierto? Pero pasa algo más: como la trama ya es sabida, los hechos más importantes pasan a segundo plano, y resaltan aquellos que estaban al fondo, y que no habían sido advertidos en toda su profundidad durante la primera lectura.

Al releer "Los escarabajos..." me he dado el gusto de vislumbrar cómo la historia va dejando pequeñas pistas durante todo el camino, que el lector novato las descubrirá solo al final. También me sumergí en el ensueño de atar todos los cabos que la autora dejó arbitrariamente sueltos, los cuales descubrí solo en medio del placer de la segunda lectura.
"Al hombre -decía David- se le han otorgado la fantasía y los sentimientos para poder ponerse en el lugar de los otros seres vivos, y compartir sus pensamientos y sentimientos; tal vez, incluso, más allá del tiempo que vive". (María Gripe, Los escarabajos vuelan al atardecer, ediciones SM, página 143)
Hay otro libro que releí hace poco: "Papelucho, mi hermana Ji", de la escritora chilena Marcela Paz. Era, eso sí, la requeteenésima vez que lo leía. ¡Qué libro más entretenido! Pero la lectura de este año 2013 tenía un ingrediente diferente a las anteriores, y era que yo, en el camino, ya me había convertido en adulta sin resabios de adolescencia, y ya tenía dos sobrinitos, más o menos de las edades de Papelucho y su hermana Ji. Entonces todo el humor, la imaginación y la ternura de la infancia descrita por Marcela Paz se presentó ante mis ojos en otra dimensión.

"  -¿Puedo quedarme contigo? - preguntó.
     - Sí, con las manos atrás - dije, para poder seguir escribiendo.
     - Tengo las manos atrás. Oye, Papelucho...
     - ¿Qué?
     -Yo ni sabía que la mamá tenía visitas para el té. 
     - Yo tampoco - seguí escribiendo.
     - Yo estaba puramente mirando esos dulces que ella trajo...
     - ¿Con las manos atrás?
     - Creo que sí. Pero llegó la Caperucita Roja y me empezó a sacar pica. ¡A que no te comes todos los alfajores! -me decía- y le gané la apuesta.
    Dejé de escribir y la miré de hipo en hipo. Ahí estaba la Ji, con su cara barnizada y pegajosa, con bigote, barbas y anteojo de pedazos de merengue.
    - Eres una avarienta - le dije -, comerte todos esos alfajores.
    - Sola no -dijo muy seria-. La Caperucita se comió tres. 
    - En ese caso no ganaste la apuesta.
    - Si la gané, porque yo soy la Caperucita.
(Marcela Paz, "Mi hermana Ji, por Papelucho", Editorial Universitaria, trigésima edición, 1990, páginas 25 y 26)